lunes, 14 de abril de 2014

Dos maneras de enfrentar la pérdida: Anna Kavan y Elena Ferrante.


(The Drover's Wife, Russell Drysdale, 1945)

Mis dos descubrimientos de los últimos seis meses son Anna Kavan y Elena Ferrante.

Elena Ferrante ha sido traducida recientemente y publicada en español, pero empecé a estudiar italiano por ella y para poder leer La Frantumaglia, un carta de la autora muy corta e interesante que actualmente sólo está disponible en italiano; su único testimonio no literario. Porque Ferrante es tremendamente personal, que no autobiográfica. Sus Crónicas del desamor me repelieron y me fascinaron a partes iguales, me engancharon como una adicción enfermiza e hicieron que me quisiera quedar para siempre escondida en ese universo de contradicciones y dolores cuya lengua me atraía como un canto. Siempre la pérdida, y siempre el regreso a una infancia napolitana, a un sitio que aún no conocía el desamor, pero lo adivinaba.

Ana Kavan suena a rusa, pero es británica. Quizás suena a rusa porque tanto ella como sus historias parecen una matrioska, donde cada secreto desvelado es más pequeño pero mas impresionante. Su nombre se lo puso ella misma y viene de uno de sus propios personajes de ficción. En Ice seguimos a un narrador perdido en un mundo post-apocalíptico. Irreconocible pero familiar. En un mundo helado pero con un fuego ardiendo en su interior que le empuja a seguir adelante, a reclamar el daño (refugiándose en el de otro).

Ambas tienen en común el retrato de espacios góticos, donde el extrañamiento de lo familiar es la principal causa de terror. De lo que estaba, pero ya no está, o peor aún: cambia. Este terror es, a su vez, síntoma de una sociedad que no acoge, que asfixia, que destierra al mínimo fallo de una tuerca en su mecanismo. Es ese extrañamiento lo que les permite observar cómo se desencajan las distintas bisagras que conforman ¿su? personalidad y descubrimos que realmente muchas veces somos aquello que los demás quieren, y lo tétrico que resulta que lose afectos se conviertan en el mayor medio de control. Una vez solas, la realidad se convierte en ese territorio árido y sin explorar, donde ser recién llegados es una amenaza y perder al ser amado significa perderse a uno mismo.

Ambas escriben sobre aquel lugar que no empieza, sobre ese paisaje que destierra, sobre esa visita que nos obliga a marcharnos. Aventurar el paso. Ser víctima y ser verdugo. Nublarse la vista. Perseguirnos sin saber por qué no queremos irnos de aquí.

1 comentario:

  1. Me encanta. Ahora tengo muchas ganas de leerlas... me has convencido <3

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