sábado, 23 de marzo de 2013

Los mismos monstruos.

(ilustración de Raquel Boucher)

Después de la fiesta me fui de casa. Para siempre, le dije, yo no sé cuidar las plantas. Después de la fiesta tenía los ojos rojos. Después de la fiesta todos éramos monstruos. Todavía recuerdo el día que dejé Utrecht Centraal en dirección a Schipol y pensé que nadie iba a estar allí. La media hora del trayecto se hizo eterna. No había desayunado y estaba mareada. Llevaba tres días sin comer pan. O tres días comienzo sólo pan. O comiendo, sólo. Tú siempre estabas acatarrado. Tú siempre estabas acatarrado y tosías al hablar. Al llegar te dije que no, no tenía nada que contar.

Qué dios nuestro no es poeta. Y qué dios es nuestro. Y quién no es un monstruo. Y quién nos avisó de lo que no querían los demás: ponerse enfermos, ser huéspedes en lugar de ser ocupas. O el día en que nos regañaron por haber cumplido con todo lo prometido. O el día en que habíamos prometido. Todo esto con las manos pequeñas, con las manos deformes, con las manos.

Todo esto con los ojos cerrados. El adiós, incluso, con los ojos cerrados.

5 comentarios:

  1. Las palabras que saben a sentimiento se leen con el alma, y eso es un gozo. Felicidades. Espero poder seguir leyéndote.

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  2. de quien vive fuera de su país, siempre las manos se quedan pequeñas, siempre tras las fiestas uno se siente más enfermo...un beso.

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  3. Maravilloso, como todo lo que leo por aquí. Un beso!

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  4. Genial como siempre, no puedo decir otra cosa :)

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