martes, 28 de agosto de 2012

Algunos apuntes (desordenados) acerca de La mujer de papel, de Rabih Alameddine.


Cuando estoy de vacaciones, leo literatura contemporánea. Durante el curso, si tengo tiempo de leer algo fuera de las lecturas de clase, suelo leer otros clásicos (llamadlo deformación profesional), así que el verano es el momento de ponerse al día. La mujer de papel (Lumen, 2012) ha sido curiosamente estrenado en España y no en Estados Unidos, lugar de residencia del autor, aunque él sea beirutí de origen. También ha sido publicado por primera vez como una traducción y no en su inglés original, lo cual no deja de resultar interesante teniendo en cuenta que la novela trata de una traductora (no publicada) en Beirut; una mujer en los márgenes, rechazada por su marido y su familia, pero que aún así tiene una casa en la que vivir y unos pocos ahorros de su trabajo en una librería con los que sostenerse.

Me parece interesante señalar en este texto el conflicto oriente-occidente y las constantes referencias a la “madre patria” (Beirut) que el autor hace en todo momento: cómo este está siendo occidentalizado, destruido por la guerra de religiones, subreligiones e ideologías, y a la vez sigue siendo tan orientalmente inescrutable. No obstante, el libro está lleno de citas y referencias a autores occidentales, especialmente europeos, que nutren y revelan la vida íntima de la protagonista.

Por otro lado, se muestra la doble cara de la moneda: mientras que en occidente nos preocupamos por “ser originales”, en Oriente la preocupación es “ser como los demás” (“ser normal”, un tema que, por otro lado, salvo en contadas excepciones, persiste también en Occidente: los holandeses tienen un dicho que es “doe normaal, doe maar gewoon, dan doe je al gek genoeg” – ser normal es una locura suficiente). De todas formas, intentar ser normal u original según la regla del lugar, no es otra cosa que conformarse a la tradición.

Mientras en Europa nos bombardean con canciones de amor, La mujer de papel presenta el conflicto decimonónico individuo versus sociedad que el posmodernismo occidental parecía haber dejado a un lado. El título original de la obra es An Unnecessary Woman, una mujer innecesaria, que muestra la sensación de impotencia de Aaliya, una mujer en Oriente Próximo con otras aspiraciones además de casarse. A través de una dura carcasa de intelectualismo y suficiencia, decide poner tierra entre ella y el resto del mundo, y mientras en Beirut acontece una guerra y un bombardeo tras otro, ella sólo existe en los libros europeos que traduce: quedarse en uno mismo es conformarse; adaptarse a lo que exige tu sociedad, también.

El estilo trata de romper con la estructura habitual de las ficciones canónicas y ofrece en principio un desordenado recuento de anécdotas, un diario no-sentimental, una crónica de una vida particular, desde los márgenes (“me gustan las personas que viven en los márgenes”, dice Aaliya, y pienso que el autor habla a través de ella sintiéndose extranjero en Estados Unidos, con un Beirut ideal en mente al que no puede regresar porque ya no existe). No obstante, el final se asemeja más a los cuentos a los que estamos acostumbrados, y las anécdotas se unen entre sí para cobrar sentido: tras la (eso sí) ingeniosa catarsis y aparente reconciliación moral con la madre, Aaliya, a punto de perderlo todo a los sesenta años, se reconcilia con las que hasta ahora consideraba “brujas”, que no son sino otras mujeres con situaciones parecidas y distintas que ahora están ahí, dispuestas a ayudarla a avanzar, a quitarse los prejuicios de sí misma.

Eso es lo que parece revindicar esta novela: no volver a la madre patria (pero reconocer lo que nos dio); no amoldarse al conformismo actual; sino negociar, de algún modo, con este aquí y ahora: compartir sin perderse a uno mismo. Que es lo que parece haber hecho el novelista con su obra y con su cruce cultural: aprender a buscar lo necesario. Las traducciones no nos las cuentan los demás: son nuestra propia obra, nuestra versión de los hechos.

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