miércoles, 17 de noviembre de 2010

Ritual.


(Mary Caroline Needham)



Son mis voces cantando
para que no canten ellos,
los amordazados grismente en el alba,
los vestidos de pájaro desolado en la lluvia.


(Alejandra Pizarnik)



Vaya por Dios, se me ha olvidado venir disfrazada.

La música discotequera retumba en mis oídos y todo me da vueltas. No puedo respirar. Tengo los ojos llenos de humo. Los tacones me están matando y no puedo ver a mis amigas. De repente, alguien me agarra y me doy la vuelta. Ahí están, irreconocibles, con cuatro capas de maquillaje y un vestido diminuto que parece más una servilleta. Me arrastran a los lavabos. Hay una chica esnifando cocaína y una pareja besándose contra el recibidor. Amelia no se encuentra bien; ha bebido demasiado. Un chico con un pendiente en la ceja se nos acerca y nos dice ¿queréis un poco? Es una bolsita con un puñado de bolitas de hachís. No gracias, le digo, y él nos hecha el humo de su propio porro en la cara. Le sujeto el vaso a Lidia mientras ella ayuda a Amelia a vomitar, y, cuando quiero darme cuenta, volvemos a estar fuera otra vez, atrapadas en la pista, envueltas en sudor y feromonas, respirando ese aire de jóvenes que piensan que la vida va a terminarse dentro de unas horas. Esto parece el infierno. Esto parece un ritual satánico y yo tengo que seguir moviéndome, tengo que seguir moviéndome o me devorarán.

Todos son pájaros. Miro sus caras y sólo veo pájaros enormes, hambrientos, rozándome con sus plumas sucias, y yo me siento pequeña, pequeña e insignificante, y tengo tanto calor. Voy a desmayarme como no beba algo. Tal vez si bebo algo, si me trago alguna poción mágica, me convertiré en uno de ellos. Me convertiré en pájaro y bailaré en círculos hasta el fin de mis días. Agarro el vaso de Lidia y le pegunto, gritándole en el oído, ¿Qué es esto? ¿Qué?, grazna ella en mi oído. ¡Que qué es esto!, repito, dándole un trago al líquido turbio y semitransparente. No alcanzo a oír su respuesta, pero aquello cruza mi garganta y es como si me hubiera tragado una antorcha de fuego. Como alguien encienda un cigarrillo cerca de mí, seguro que se prende la sala.

Saben que no soy una de ellos. No llevo plumas, ni pico, ni siquiera una máscara, ni una falsa sonrisa que diga que me lo estoy pasando como nunca en mi vida. Oye, tú, ¿qué te pasa? Es un pájaro grande. Un pájaro enorme y oscuro que se cierne sobre mí y que posa las pegajosas plumas de sus alas sobre mis caderas. ¿Qué pasa, no te lo estás pasando bien?, insiste. Me han descubierto, pienso. Me ha descubierto y no puedo salir de aquí, van a devorarme y este chico no para de hacerme preguntas y de respirarme en el oído. Lidia y Amelia han desaparecido, o quizás siguen aquí mismo, pero yo no puedo reconocerlas. He perdido los sentidos, tengo mucho calor y apenas puedo respirar. Todos se lo están pasando bien, todos se lo están pasando bien y yo tendría que estar pasándomelo bien, es el mejor momento de nuestras vidas, llegará un día en que miremos atrás y llegará un día en el que pueda respirar y no tenga que calzar diez centímetros de tacón para sentirme alta.

Ya no son plumas lo que me está tocando. Es pelo, una pelusilla viscosa y negra, y las alas no tienen plumas, las alas son negras y veo las caras la gente; tienen colmillos y quieren sangre, y yo soy su presa. Los pájaros-zombie bailan una coreografía mientras preparan su próximo movimiento para atacarme.

Y de pronto noto un dolor agudo en la espalda, y pienso que me han mordido, pienso: se acabó, será mejor así, moriré o me convertiré para siempre en uno de ellos, me han clavado los colmillos y el pensamiento de morir no parece tan horrible. Morir o quedarse, quedarse o morir. Pero no. No me han mordido. Me miro los brazos, violetas bajo las luces psicodélicas, y veo que me estoy cubriendo de plumas, que lo que me duele en la espalda son alas. Podría quedarme, podría hacer que soy una de ellos, podría emborracharme hasta perder el conocimiento y bailar y comer carne humana y olvidarlo todo al día siguiente. Ahora tengo alas. Tienen plumas de colores, son pequeñas y me duelen, y no sé si seré capaz, no sé si sabré, pero todos los pájaros-zombie me están mirando y es ahora o nunca, ahora o nunca, ahora o nunca.

Alzo las alas. Estoy volando.


Emily Roberts.

8 comentarios:

  1. sabes muy bien que me encanta, ya te comente en el otro lado donde la vi,

    en media hora o así te contesto el e-mail ultimo, pero esta noche seguro, aunque tengo que hacer un trabajillo de preguntas y reflexión sobre un documental para mañana , cosas de las clases :p.

    Mmm has pensando en enviar este relato a algun concurso=? Yo creo que un tercer premio se merece como mínimo!

    Si lo has hecho pues ya me dirás, sino yo lo tendría en cuenta.

    Besos

    xoxo

    ResponderEliminar
  2. Gracias, Elena! No te preocupes por el mail;).

    Sobre el concurso, de momento estoy trabajando en otro libro; esto lo escribí para el taller de relato y prefiero colgarlo aquí. Ya mandaré otras cosas (:.

    Un besito!

    ResponderEliminar
  3. a mi no me gustan nada los espacios discotequeros, a mi me crecen alas en las bibliotecas pequeñitas de los pueblos más pequeños aún y en los prados mirando estrellas con mi otra alma de coco

    ResponderEliminar
  4. Luna, no he leído Exhumación, ahora que lo mencionas, podría interesarme!

    Alma, yo también prefiero las bibliotecas (:.

    ResponderEliminar
  5. Pues sí. Todo son coincidencias. No Amelia, pero sí Amanda. Chicas que se meten coca. Luces vibrantes. Fiesta de disfraces y zombies. Discoteca. Asesinatos. Paranoia. Violencia. Djuna asqueada por el mundo nocturno, añorando las bibliotecas.

    Yeah.

    ResponderEliminar
  6. insisto qe me encanta para cortometraje :O

    ResponderEliminar
  7. Supongo que las discotecas inspiran a pensar en eso? (:

    Sería guay :).

    ResponderEliminar