lunes, 16 de agosto de 2010

extraños con el mismo rostro.

Somos muy amables entre nosotros,
afirmamos que es agradable encontrarnos después de años.

Nuestros tigres beben leche.
Nuestros halcones van caminando.
Nuestros tiburones se ahogan en el agua.
Nuestros lobos bostezan a través de una jaula abierta.

Nuestras serpientes se sacudieron de los relámpagos,
los monos de la inspiración, y los pavos de reales de sus plumas.
Los murciélagos —como antaño— despojáronse de nuestros cabellos.

Silentes a mitad de la frase,
sonriendo sin socorro.
Nuestra gente
no sabe hablar consigo misma.


(c) Wislawa Szymborska, Un encuentro inesperado.

Todos esos encuentros con nuestro pasado que no nos gusta tener. Que evitamos desviando la mirada. Que al final se convierten en inevitables cuando vuelves a una ciudad tan pequeña, en donde cada sitio es un recuerdo, una vivencia, una astilla. Saludas y las palabras no vienen. Están secas en el fondo de tu garganta. Porque no sabes qué decir, ni qué contar, si ya ni siquiera eres la misma. Si los demás también han cambiado, y tú no has estado presente, y la incomodidad rompió ese vínculo de conexión que podía hacer que todo volviera a ser como antes. No hay. Y los que nos queda por sufrir en esta ausencia. Por suerte, no duran mucho. El encuentro se disuelve dejando un regusto amargo, como una pastilla para el resfriado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario