El hombre atraviesa el presente con los ojos vendados. Sólo puede intuir y adivinar lo que de verdad está viviendo. Y después, cuando le quitan la venda de los ojos, puede mirar al pasado y comprobar qué es lo que ha vivido y cuál era sus sentido.
(...)
De pronto comprendí que no fue más que una ilusión haber pensado que cabalgábamos nosotros mismos en nuestras propias historias y que dirigimos su marcha; que en realidad es posible que no sean, en absoluto, nuestras historias, que es más probable que nos sean adjudicadas desde fuera; que no nos caracterizan; que no podemos responder de su extrañísima trayectora; que nos raptan, dirigidas desde otra parte por fuerzas extrañas.
(c) Milan Kundera, El libro de los amores ridículos.
¿Somos nosotros así porque lo hemos decidido, o por una mera casualidad? ¿Lo deciden otros? ¿Somos conscientes de cómo podemos influir en la vida de los demás? ¿Sabemos quién somos?
Y mientras, Madrid llora al son de una triste canción de amor porque no quiere que me vaya. Ni yo tampoco.
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