lunes, 7 de mayo de 2012

Todo está bien.






El error es como el alcohol: uno enseguida se da cuenta de que ha ido demasiado lejos, pero en lugar de tener la sensatez de detenerse para limitar las secuelas, una especie de rabia cuyo origen es ajeno a la ebriedad le obliga a continuar. Ese furor, por raro que pueda parecer, podría llamarse orgullo: orgullo de clamar que, pese a todo, hacíamos bien en beber y teníamos razón al equivocarnos. Persistir en el error o en el alcohol adquiere entonces categoría de argumento, de desafío a la lógica: si me obstino, significa que tengo razón, piensen lo que piensen los demás. Y me obstinaré hasta que los elementos me den la razón: me volveré alcohólico, tomaré partido a favor de mi error, esperando a desplomarme bajo la mesa o a que se burlen de mí, con la vaga y agresiva esperanza de convertirme en el hazmerreír del mundo entero, convencido de que al cabo de diez años, de diez siglos, el tiempo, la Historia o la Leyenda acabarán dándome la razón, lo cual, por otra parte, ya no tendrá ningún sentido, ya que el tiempo lo relativiza todo, ya que cada error y cada vicio vivirá su edad de oro, porque equivocarse o no es siempre una cuestión de época. 
(Amélie Nothomb, El sabotaje amoroso)

4 comentarios:

  1. Hay cuestas abajo que hay que recorrer hasta el fondo, porque en el fondo.. eso somos: pelotitas en un plano inclinado...

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  2. Perseverar en el error es, indudablemente, un síntoma muy claro de orgullo; pero caer en él es un peaje necesario, un tramo obligado que nadie puede circundar.
    Con los años he aprendido pocas cosas, pero estoy convencido de que equivocarse viene a ser lo mismo que abrir la ventana de una habitación viciada por la rutina: regenera la vida, es sano para el alma y, sobre todo, cría una costra indeleble.

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