viernes, 14 de septiembre de 2018

La ciudad sitiada


Las llamas destacaban los gestos, las enormes cabezas se movían mecánicas, suaves. Algunos componentes de la procesión de la tarde, todavía con los ajustados hábitos de seda, se mezclaban con los espectadores. Coronada de papel, una niña insomne sacudía sus tirabuzones; era sábado por la noche. Bajo el sombrero el rostro mal iluminado de Lucrécia tan pronto parecía delicado como monstruoso. Ella espiaba. La cara tenía una atención dulce, sin malicia, los ojos oscuros espiando las mutaciones del fuego, el sombrero con la flor.
(Clarice Lispector, La ciudad sitiada)

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