domingo, 3 de febrero de 2013

La ciudad sitiada.


No sé si te acuerdas de lo que te dije antes de marcharme. Antes de quemarme las manos. Antes de embriagarme los ojos. Antes de que la sangre fuera de todos. Mejor que no recuerdes. Mejor que no recuerdes nada.

Algunos dicen que cambiaste. Que ya no te reconocían. Yo sí. Por el miedo. Sobre todo por el miedo. Y las manos. Esas manos. 

El día en que vi con mi padre tres accidentes en la carretera, pensé: si un hombre vive por creer en algo, ¿por qué viven los demás? ¿Cómo viven los demás? Pensé: cualquiera podría haber sido yo; también yo podría haber sido ese perro herido en el arcén. Supe que entonces que los hombres podrían construir casas, y aviones, y puentes, y seguirían teniendo miedo. Su condición es lo que más temen. Su condición es lo más vulnerable. Su condición. Lo que más amo.

7 comentarios: