lunes, 29 de noviembre de 2010

el tiempo de las alas.


(Emma Brown)



April is the cruellest month, breeding

Lilacs out of the dead land, mixing

Memory and desire, stirring

Dull roots with spring rain.

Winter kept us warm, covering

Earth in forgetful snow


(T.S. Eliot, The Waste Land)


Era tiempo de alas en el bosque. Los muchachos y muchachas de trece o catorce años, se sorprendían con un bonito par de alas en la espalda pintadas de muchos colores un buen día de primavera. El primer vuelo. El sabor de la libertad.

A Diana y a Tamara aún no les habían salido las alas. Miraban a sus compañeras planear y trazar delicados bailes en el aire.

-Menudas engreídas –decía Tamara-. Es demasiado pronto para que hagan eso. Ya verás como se van a caer y se harán daño.
-Sí, tienes razón –la secundaba Diana-, casi es mejor que a nosotras aún no nos hayan salido las alas, para poder disfrutar de ese momento cuando seamos un poco más mayores y sepamos más de la vida.
En verano, eran numerosos los casos en los que muchos jóvenes salían volando de sus casas y se iban para no regresar jamás.
-Y les parecerá bonito, abandonar así a sus familias –refunfuñaba Tamara, sentada sobre una rama, añadiendo que nunca, aunque tuviera alas, abandonaría a las personas que la habían cuidado cuando ella aún sólo era un capullo de flor.
-Sí, supongo que sí –asentía Diana, con la mirada perdida en los cielos azules y limpios de nubes.

Tamara y Diana solían pasar mucho tiempo juntas, y daban paseos por el bosque hasta antes de que anocheciera. Se consideraban diferentes del resto, no sólo porque aún no les habían nacido las alas, sino porque no tenían los mismos planes de futuro. Ellas preferían asentarse cerca de su comunidad y ser útiles para las personas que habían trabajado para que ellas tuvieran una buena infancia. Al fin y al cabo, ¿qué puede haber más allá del bosque que sea tan interesante?, decía Tamara.

Un día, de repente, a Diana le salieron alas. Ni siquiera fue premeditado; tan sólo se levantó y, tras un pequeño picor en la espalda, se dio cuenta de que las tenía. Eran pequeñas, de color rosado con círculos violetas en su interior. En cuanto las vio, Tamara comenzó a escandalizarse.

-¿Qué has hecho? ¿Cómo te han salido? ¡Pero si ayer no las tenías!
Bombardeaba con frases sin que a Diana le diera tiempo a contestar. Después, hizo un intento de tranquilizarla, aunque la única inquieta era ella.
-Bueno, no te preocupes, no pasa nada, te acostumbrarás –le aseguraba, mirándolas muy de cerca pero sin atreverse a tocarlas.
Y, finalmente, adoptó una postura suspicaz, apoyando una mano sobre la cadera.
-En fin, ahora no te me irás a poner a volar como todos esos, ¿verdad?
Diana se mordió el labio.
-Bueno, verás…
-¿Qué, qué te pasa?
-Es que yo… Yo llevaba tanto tiempo esperando que ya… Había perdido la esperanza. Y de repente, hoy… ¡Ha sido como magia!
-¿No me estarás diciendo que…? –Tamara se separó un poco y alzó las cejas.
-Bueno, yo… -Diana se encogió de hombros, excusándose.
-¿Qué quieres decir? ¿Ahora tú también vas a irte? ¡Nosotras éramos diferentes! –gritó-. ¡Éramos diferentes!
-Sólo quiero probar, Tamara, por favor, volveré –Diana se miraba los pies, se pisaba uno con otro.
-Ya, claro, eso dicen todos. ¡Puedes engañarte a ti misma si quieres, pero no a mí! ¡Vete! ¡Eres libre de hacer lo que te dé la gana!

Diana la miró con el semblante triste por unos instantes, y después, bajo el sol del mediodía, emprendió el vuelo, hasta que se hizo pequeña, diminuta, en la distancia, y desapareció.

Pasó el invierno, largo y frío. El bosque se confundía con el cielo, blancos y helados. Pero después llegó la primavera, los primeros rayos de sol, las hojas nuevas. Y cuando Tamara se despertó un día de abril, observó con horror un par de alas relucientes, verdes y naranjas, naciendo de su espalda.

¿Qué iba a hacer ahora? No podía irse, el mundo era un lugar lleno de peligros, y estaba sola. Pero tampoco podía quedarse, o sus padres y el resto de la comunidad pensarían que era una cobarde por no marcharse, como ellos hicieron en su momento, ahora que ya no tenía la excusa de no poseer alas. Su cuerpo se vio invadido por un terror inmenso. No pertenecía a ningún sitio. No quería estar en ningún sitio. No tenía a nadie con quién contar. Caminó desde su casa al lago para ver su reflejo.

Era un bonito día soleado, el primer día de primavera, y el lago estaba lleno de pequeños animales que disfrutaban la apacible temperatura, del sol del mediodía. El agua era transparente, cristalina, limpia, y podía verse el fondo a lo lejos.

La encontraron flotando boca abajo. Nunca había aprendido a nadar. No había querido que la enseñaran.


(Emily Roberts)

2 comentarios:

  1. Me encanta cuando Diana obtiene sus alas. No es qe no qisiera irse, como todos los demás, es qe pensaba qe no podía. ¿Porqé habría ahora de qedarse? sólo por su amiga, pero cuando la amiga se molesta por algo qe Diana no puede controlar, es libre por fin.

    Sólo tengo problema con:
    Las muchachos y muchachas de trece
    Los y las ¿no? minimo los, se lee raro las muchachos.

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias! :DDD
    Creo que entendiste lo que quería decir a la perfección;).
    <3<3

    Ay, fallo técnico! Ahora lo corrijo, gracias!

    ResponderEliminar