viernes, 11 de junio de 2010

soledad.

¿Por qué tenemos que quedarnos todos tan solos? Pensé. ¿Qué necesidad hay? Hay tantísimas personas en este mundo que esperan, todas y cada una de ellas, algo de los demás, y que, no obstante, se aíslan tanto las unas de las otras. ¿Para qué? ¿Se nutre acaso el planeta de la soledad de los seres humanos para seguir rotando? (…) Cerré los ojos, agucé el oído y pensé en los descendientes del Sputnik que cruzaban el firmamento teniendo como único vínculo la gravedad de la tierra. Unos solitarios pedazos de metal en la negrura del espacio infinito que de repente se encontraban, se cruzaban y se separaban para siempre. Sin una palabra, sin una promesa.


(c) Haruki Murakami, Sputnik, mi amor.

A veces, los satélites se encuentran y dejan de sentirse tan solos. Sus órbitas se cruzan y se confunden. A veces, durante unos instantes. Creemos que no estamos solos. Compartimos nuestros mundos tan distintos. Robamos una sonrisa. La amistad como arte. El arte de dar un rumbo a los Sputniks, aunque sigan girando sobre sí mismos.

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