jueves, 26 de marzo de 2015

La antropología del agua de Anne Carson

A veces pasa que en la vida tienes suerte y después de perder algo encuentras otra cosa. No otra cosa que sustituya lo que has perdido, claro, pero sí algo que acompañe esa pérdida, que la alivie, que la haga más tolerable (si es que esto es posible). Algo así me pasó con Plainwater (1995), de Anne Carson. Ya había leído The Beauty of the HusbandMen on the Off Hours y Glass, Irony and God. En la Scottish Poetry Library de Edimburgo tenían Autobiography of Red, que me quedé sin leer porque la empezaron a reformar justo cuando llegué y ya no dejaban sacar libros en todo el año. Ya no volví a leer a Anne Carson hasta que un día, husmeando entre las estanterías de poesía en versión original de La Central de Callao, encontré Plainwater. En realidad yo buscaba Decreation, pero al hojear Plainwater algo me llamó la atención: nombres en español. Particularmente, nombres de pueblos y ciudades del norte de España. Se trataba de “Kinds of Water: An Essay on the Road to Compostela”, un poema-ensayo que Anne Carson escribió en su peregrinaje por el Camino de Santiago. Yo hice el Camino de Santiago este verano y apenas he escrito un par de líneas hasta ahora, así que pensé que podría inspirarme y lo compré. Y vaya si lo ha hecho. Y más de lo que pensaba, en el momento en que no creía que fuera a encontrar nada parecido.
Anne Carson es una antropóloga, es decir, una estudiosa del entorno. Como Anne Carson señala, un académico es “alguien que toma una posición. Desde esa posición, ciertas líneas se vuelven visibles. Al principio pensaréis que estoy pintando las líneas yo misma, pero no es así. Simplemente sé dónde colocarme para ver las líneas que están ahí”. Anne Carson sabe dónde colocarse: en las fronteras. Pues Carson sabe que toda realidad es fronteriza y está siempre en movimiento, como el agua. Invocando a Heráclito (Carson lleva años enseñando Filología Clásica en distintas universidades), Carson nos lleva en su viaje a través de diversos continentes y momentos históricos, dibujando un paisaje moral del espíritu.
La primera parte marca la temática que encontraremos en el libro: la antropología y genealogía del placer. Consiste en unas traducciones libres y en una entrevista con un poeta griego del siglo VII a.C. sobre sus nociones del hedonismo. “El traslado entre las sustancias que nos hacen humanos es su materia. La gente lo llama hedonismo”, resume Carson, en la introducción a la entrevista. Aprender a nadar entre esas sustancias será lo que nos convierta en peores o mejores nadadores. Kafka era un mal nadador, dice Carson, citando uno de los sueños del escritor checoslovaco, y, a lo largo del libro, descubriremos las adversidades que la propia Carson encontró cuando aprendió a nadar.
El hedonismo, al igual que el lenguaje, el sexo o el placer, son todos sustitutos de otra cosa que hace que la vida fluya hacia delante, queramos o no, como la corriente de un río. Carson denomina a esta corriente deseo––aquello que nos hace luchar contra la pérdida o la muerte. Unas breves charlas y “Canicula di Anna” nos acercan a la Carson que ya conocía en Men in the Off Hours: una Carson ingeniosa, académica y una verdadera malabarista de las palabras. Pues no es cierto que, si las palabras sirven para sustituir otra cosa, ¿no pueden estas mismas ser sustituidas por otras? ¿No es el lenguaje necesario pero el idioma, al fin y al cabo, contingente? Los viajes en el tiempo, por otra parte, no hacen sino señalar que cualquier tiempo pasado vuelve, o podría ser comprendido desde el prisma actual, y viceversa. No hemos cambiado tanto, después de todo. Las historias nos sirven para dar cohesión a nuestro mundo. Creamos historias a partir de historias. Necesitamos historias. ¿Cómo nos contaremos, si no, cada mañana? Y, ¿a quién? Por eso necesitamos las palabras: objetos de trueque.
Llegamos al fin (ya estamos preparados, nuestro equipaje es suficiente) a la parte central del libro: La antropología del agua. ¿Por qué del agua? Porque el agua es algo que es imposible retener, y, sin embargo, necesario. “El agua es algo que no puedes sostener. Como los hombres. Lo he intentado”, dice Carson, y enumera: “padre, hermano, amante, amigos verdaderos, fantasmas hambrientos y Dios, uno a uno todos me escaparon de las manos.” Ese es el peligro del encuentro, y el peligro de la vida, pero así es (quizás) como debería ser: una serie de viajes, encuentros y paradas en las que colmar la sed, tal vez lo justo, nada más que lo suficiente, para poder seguir caminando. ¿O es eso lo que queremos creer? “’Yo no quiero creer en nada,’ dije (mintiendo)”, reconoce Carson. Pero sí que quiere. Quiere creer que aunque el agua sea profunda y bucee en ella no va a ahogarse. Quizás no sea tan profunda. Quizá tampoco nos salve. Probemos.
Hay varios tipos de agua, y no todos ellos afectan igual a nuestra salud. De cualquier modo, no vamos a adivinar cuáles son estos sin sumergirnos en ellos. Carson fue al Camino de Santiago en busca de ¿un dios? y volvió sin encontrarlo: quizás era eso lo que tenía que encontrar. Encontró que lo que da valor a las cosas es el miedo. En su viaje encontramos varias citas, entre ellas la del poeta japonés medieval Kan-Ami: “ahora regreso a la casa ardiendo/ ¿pero dónde está el lugar donde solía vivir?”. A Carson no le interesa llegar porque su destino es marcharse. Lo que le interesa es la antropología del peregrino, sus usos y costumbres: ¿qué le hace a uno peregrino? ¿qué no? ¿cómo alivia esto, de algún modo, el peso de la vida? El horizonte pesa en los ojos. Quizás este viaje fue lo que llevó a Carson a entender su soledad durante muchos años. Quizás no.
El siguiente y penúltimo ensayo-poema se titula “Por pura diversión: un ensayo sobre la diferencia entre hombres y mujeres”, y relata el peregrinaje que llevó a Carson, cuando ya trabajaba en la universidad, a cruzar Estados Unidos de Indiana a California con su primer amor, sabiendo que todo terminaría al llegar a Los Ángeles: sólo por diversión. Carson estaba enamorada; él basaba su vida en torno al placer. Es aquí donde descubrimos a una Carson que se desnuda, insegura, pero firme en sus movimientos, y es esta, probablemente, mi parte favorita del libro. Ella lo divide en hombres y mujeres por mero amor a narrar historias (la vida de un emperador Chino y su concubina suceden paralelas al peregrinaje de Carson y su amante), pero quizás a lo que se refiere es a: personas que se quedan, y personas que no. Pero como para cualquiera que habite el desierto, un oasis siempre es una parada deseable, aunque perecedera. Decimos que lo hacemos sólo por diversión (just for the thrill) y nunca nos detenemos: quedarse demasiado tiempo sí que sería realmente dañino. Pero en su momento, era suficiente; aquel mapa puede llegar a convencer a nuestra mente de lo que nuestros ojos no vieron. Traduzco aquí una de las últimas entradas del cuaderno de viaje, entre las más bellas para mí, de cuando llegan a Los Ángeles y toda aquella belleza desértica se vuelve insoportable:
Los Ángeles, California
El dolor no tiene significado. No tiene acantilados puros. El dolor es un horno. Donde las drogas se acaban y el lujo se pierde. Pero por el momento duerme. Brilla. La noche se quema lentamente. Siempre merodeando, mi deseo, que odio, se sienta junto a la cama. Luna llena, la última que veré con él. Ya parece que hace siglos. Cada pequeña cosa, toda la verdad.
El último ensayo-poema tantea los límites del agua e inventa un espacio común donde nadar con su hermano, desaparecido en un largo viaje a China. Lo que Carson nos ofrece, creo, es eso: un lugar donde nadar, un espacio bajo el agua. El agua nos vuelve insensibles. ¿Habéis probado a nadar cuando fuera hace frío, u os duele algo, o estáis sangrando? El agua embota la realidad y nos aísla de forma breve pero segura durante un momento. Después debemos sacar la cabeza, respirar, volver al mundo. Los poemas de Carson son un río largo donde nadar junto a nuestro dolor, donde despedir a la pérdida, donde asimilar la belleza aunque duela, cauterizando el dolor. Porque todos hemos querido unos últimos minutos para despedirnos. Todos, también, aprendemos a nadar, seamos buenos o malos nadadores. A seguir nadando.
(Traducciones del inglés de Emily Roberts. Originalmente publicado en La Tribu de Frida).

martes, 24 de marzo de 2015

Llueve en Madrid y.


Un poema es una venganza es un descanso es una cama que está mojada es una balsa es una botella me hago pequeña pequeña pequeña como Alicia para caber en ella y alejarme flotando, flotando.

sábado, 21 de marzo de 2015

Recital en Aleatorio.


Hoy, sábado 21 de marzo
a las 19 horas
en Aleatorio (C/Ruiz 7, Metro San Bernardo)
María Sotomayor / Almudena Vega / Emily Roberts

miércoles, 11 de marzo de 2015

Volver al origen, pero distinta.


Me he mudado y ahora vivo en frente de mi primera casa. Me he ido y ahora he vuelto al lugar donde aprendí. Vuelvo pero soy poeta, no estudiante. ¿Soy poeta porque fui estudiante? ¿Soy poeta? Hay algo en la familiaridad de ambas casas que no deja de ser distinto. Los recuerdos viejos se confunden con los nuevos. Las paredes no son capaces de llevarme a ningún lado. No sé usar los cuchillos de mi nueva casa y los libros no crecen de las estanterías. Tampoco sé usar la biblioteca nueva y siempre me llaman la atención por querer salir por la entrada. Quizá yo no distinga esos conceptos. Quizá el viaje de vuelta sea el más difícil. O no exista. En cualquier caso me hace feliz volver a la Facultad de Filología como poeta y no alumna al menos durante este día. Podréis encontrarme el 18 de marzo en el Salón de Grados a las 12:00 leyendo con los compañeros Gema Palacios, María Viajel y Guillermo Ginés Ramiro. No os perdáis el resto de las actividades como la proyección de Se dice poeta, los diversos talleres de escritura y el recital de clausura en la cafetería.  

Boletín de actividades. (día 18 de marzo)

lunes, 9 de marzo de 2015

Sobre caminar hacia atrás.

(Anne Carson, Plainwater)
Soy lo que he amado.
(Elise Plain)

Alguien muere para decirnos que estamos vivos. Alguien espera para que lleguemos a tiempo. Alguien duele para que la herida se limpie. Alguien masca para que la herida se cierre. Alguien querría creernos. Alguien querría escapar. Alguien querría alimentarse de nuestros despojos, sin darse cuenta de que lo que sobra queda en nosotros. Somos nosotros. Es tan fácil convertir el amor en cadáver. Tan fácil conservar sus ojos, sus manos, sus labios, para ver tocar probar el mundo que nos rodea. Y que entonces no sepa nada. Y que sólo sepa a ti.